Frente al ordenador.
Así es como nos encontramos a diario los profesionales de medios de comunicación. Tenemos que escribir para locutar, subir a la web o llevar a imprenta aquello que los espectadores o lectores encontrarán en televisión, radio, periódicos e Internet.
Un proceso que, cada vez, es menos sencillo. Durante ese período de tiempo se reciben llamadas, visitas a la mesa de personas de ‘rango’ superior que tratan intervenir en nuestro trabajo, etc. El periodista quisiera, entonces, encontrarse en una burbuja, mantenerse aislado y no sufrir interferencias que mermen la finalidad y objetivo que se persigue: informar, y bien.
Aunque encontremos esos factores externos que tratan de interponerse entre el profesional y su ordenador, debemos obviarlos, espantarlos como si de una mosca que no para de molestar se tratase y continuar con nuestro cometido. Volver al origen de este trabajo y reducir todo aquello que disminuya la fuerza del mensaje entre el emisor y el receptor.
Escribir, leer, volver a escribir, releer y dar por concluido nuestro texto cuando sólo nosotros estemos seguros de ello, con responsabilidad y profesionalidad. De eso sólo sabemos los periodistas.
diciembre
Como el Guadiana, las noticias sobre la tranquila pedanía cuevana de Palomares, vuelven a aparecer periódicamente. En esta ocasión vino, nada más y nada menos, que de la mano de los cables oficiales que intercambiaban España y EE UU a través de sus embajadas y altos cargos que desveló Wikileaks a algunos medios de comunicación internacionales, entre ellos El País. En ellos, el Gobierno español solicitaba a EE UU que se hiciera cargo de la limpieza del terreno contaminado tras el accidente nuclear que su ejército provocó en Palomares en Enero de 1966. ¡Enero de 1966! Han transcurrido 45 años y aún permanece el veneno esparcido en 50 hectáreas de esta pedanía que lucha por ser conocida por sus excelentes productos agrícolas, más que por ser el ‘cementerio nuclear’ de EE UU, un país que se ha desentendido de su responsabilidad y le ha ayudado la impasibilidad de los sucesivos gobiernos españoles, sin autoridad alguna.
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