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Manolo Escobar
2014 | Sociedad
Manolo Escobar
Nunca me compré un disco de Manolo Escobar, que yo recuerde. Tampoco me enorgullezco de ello. Pero reconozco que en mi infancia, cuando su voz sonaba por la onda media,se me dibujaba una sonrisa en la cara que me hacía ser cómplice de mi madre y la chacha Lola mientras lo canturreaban durante las tareas domésticas de las mañanas con aromas a cocido, Sidol y Fly para las moscas.
No soy el más apropiado para hablar de Manolo Escobar. Tampoco pretendo serlo. Pero admiro su popularidad labrada a base de barrio, calle, pueblo carretera y manta. Por aquellos años no se llegaba en avión a la mayoría de las plazas españolas. Había que tragar polvo y sortear más de una piedra en el camino. Prefiero esa fama a la conseguida por los diseñadores de ídolos de los mass media y los departamentos de marketing del siglo XXI.
Para mí, Manolo Escobar, el eterno paisano del poniente almeriense, fue la banda sonora de una generación entristecida por la posguerra. Su optimismo, alegría y aparente simpatía (nunca lo conocí en persona), fueron el empujón cotidiano para cambiarle a los vecinos de planta baja el color del curso del día, de blanco y negro a verde y naranja. Posiblemente las letras de sus rumbas y pasodobles no iban más allá de lo más cercano, tampoco era necesario para los que se habían desgastado en el trayecto o ni siquiera querían o podían pensar más de la cuenta. Él, con sus hermanos y sus guitarras hicieron felices a muchas personas de un país en cenizas bajo el yugo del sufrimiento repartido. A veces no importa la superficialidad, ni el que haya o no mensaje o contenido, ni siquiera que sea blanco o negro. A veces una sonrisa vale más que mil palabras. Y el paisano lo consiguió.
Claro que había más voces, tanto, más o menos populares que la suya, y más nombres, tanto, más o menos o nada ligados a un régimen que hizo callar lo impronunciable para sus intereses y a los que tuvieron que pisar otras tablas más allá de los célebres Pirineos para cantar y contar desde el otro lado lo que otros necesitaban y pedían. Pero en ésta ocasión creo que la figura de Manolo Escobar habría que relacionarla con la frescura, desenfado y ligereza de sus canciones primerizas, aquellas que desprovistas de arreglos presuntuosos contaban con el solo acompañamiento de sus guitarras hermanas y de algún que otro bongo o conga. Esas fueron las que verdaderamente despertaron la alegría en un pueblo que deseaba reencontrarse con la sonrisa. Ese Manolo Escobar, que siempre llevó en su carro de canciones la bahía de Almería, curiosa y sorprendentemente amante del arte contemporáneo y las nuevas tendencias, es con el que me quedo, respeto y recuerdo en estas lineas que no había imaginado escribir.
Gracias en nombre de todos los que necesitaron esa copla, al menos para poder dedicársela a su pariente, amigo, novia o madre en el día de su santo o cumpleaños, en aquellas sobremesas con aroma a café, mecedora, mosca y siesta.
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