Portada diseñada por Quinita Villacampa. Obra finalista del certamen de obra gráfica "Día de la libertad de Prensa".
La Asociación de la Prensa y la Escuela de Arte, convocaron el I Concurso de Obra Gráfica. El requisito imprescindible fue que todas las obras estuviesen inspiradas en el artículo 20 de la Constitución. La portada de este Anuario, finalista de dicho certamen, representa un ratón de ordenador arrastrado por una cadena de grandes dimensiones.
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Ginés Morata, el científico tranquilo
Biólogo, investigador y profesor del CSIC y uno de los mayores expertos del mundo en genética del desarrollo, es el primer almeriense en conseguir uno de los prestigiosos premios Príncipe de Asturias. Oviedo fue el 26 de octubre de 2007 el escenario de ese acontecimiento histórico.
Si se cumple el dicho de que la cara es el espejo del alma –y, por extensión, de la personalidad-, el almeriense Ginés Morata Pérez (Rioja, 1954) no podría haber sido otra cosa en su vida que lo que es: un científico de prestigio internacional. Escudado detrás de unas gafas redondas, que aumentan la visión de unos ojos azules grandes y curiosos, Morata es un hombre menudo y enjuto, que se mueve rápido, que hace gala de timidez y al que adorna cierto aire de despiste, tan ligado en el imaginario popular a los grandes nombres que la Ciencia ha dado.
Pero dejarse llevar por el tópico sería equivocarse. El flamante último Premio Príncipe de Asturias de Investigación Científica y Técnica –el único que hasta ahora ha dado la tierra almeriense- es un hombre de su tiempo, pegado a la realidad, en absoluto ajeno a los grandes debates sociales, éticos y morales que rodean a su actividad. Profesor de Investigación del Centro de Biología Molecular del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, en Madrid, es especialista en genética del desarrollo y sus trabajos –gran parte de los cuales ha realizado junto al inglés Peter Lawrence, con el que compartió el Príncipe de Asturias- proporcionan información sobre fenómenos como la regeneración de tejidos y órganos o la muerte celular, esenciales para abordar cuestiones como el envejecimiento o el cáncer. Descubrimientos, en definitiva, con una importante incidencia en la Medicina del futuro.
Esta historia de triunfo personal y profesional arrancó en el pequeño pueblo almeriense de Rioja, a finales de la década de los 40 y principios de los 50, donde el nieto de don José, el boticario, rebuscaba entre las estanterías llenas de medicamentos respuestas a sus inquietudes. Cuentan sus familiares que allí también comenzó a interesarse por los insectos, cinco décadas antes de que sus investigaciones con la llamada ‘mosca del vinagre’ le llevaran a descubrir la arquitectura molecular de ésta. En Rioja, el pequeño Ginés, cuyo padre procedía de Cuevas del Almanzora, se crió con los abuelos maternos en la pequeña localidad del Andarax, mientras sus padres, con apuros económicos, se mantenían en la capital. Su madre, Mercedes, le inculcó el amor y el orgullo por los orígenes y, recordándola, el hoy reputado científico siempre lleva a gala su lugar de nacimiento. Ginés estudió en el Colegio Diocesano y, hacia 1958, la familia emigró a Jaén, siguiendo al padre, militar de profesión. En los años siguientes, recalaría en Sevilla, en cuya Universidad Laboral hizo el Bachillerato. Posteriormente se trasladó a Madrid y estudió Ciencias Biológicas en la Universidad Complutense. Su vocación siempre estuvo clara, y ya desde la Universidad se decantó hacia el mundo de la investigación.
Su currículo es tan largo y tan impresionante como modesto es su propietario, quien habitualmente desarrolla su trabajo en un pequeño despacho del CSIC, a resguardo del interés público. Se diría que para él, ser objeto de atención mediática resulta tan curioso como muchas de las cosas que observa en el microscopio o en los ensayos. En octubre de 2007, en Oviedo, no tuvo más remedio que someterse al escrutinio y la demanda continua de los medios de comunicación en el que fue uno de los momentos de mayor proyección exterior de su carrera, con ocasión del acto protocolario de entrega de los premios Príncipe de Asturias. Entrevisté por ese motivo a Ginés Morata y descubrí en él a un hombre sencillo, nada afectado –sí reservado-, con interés por hacer cercano a los demás aquello que a él tanto le apasiona: los misterios de la Ciencia. Un hombre con vocación didáctica que no pierde ocasión de ser reivindicativo cuando se le brinda la posibilidad: piensa que la investigación en España es todavía una asignatura pendiente y reclama para ella la consideración de asunto de Estado.
Es padre de dos hijos y abuelo orgulloso de una nieta de corta edad. Cuando supo, en el mes de junio, que el jurado de los Premios Príncipes de Asturias había decidido concederle el galardón, Morata se encontraba navegando por aguas canarias con un grupo de científicos –no podía ser de otro modo- con los que compartía reflexiones profesionales. En esos momentos, y meses más tarde en el Teatro Campoamor de Oviedo, su primer pensamiento voló hacia su madre, fallecida poco antes. Merceditas la del Boticario, como era conocida en su pueblo, habría sido sin duda la más feliz con la noticia. No en vano, todo se fraguó cincuenta años antes entre las estanterías de la rebotica de Rioja.
DESPIECE
Ginés Morata Pérez (Rioja, 1945) se licenció en Ciencias Biológicas por la Universidad Complutense de Madrid en 1968 y en 1973 obtuvo el doctorado con la calificación de sobresaliente cum laude. Desde 1975 es científico titular del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) y ha sido vicedirector del Instituto de Biología Molecular del CSIC (1986-1989), vicedirector del Centro de Biología Molecular CSIC-Universidad Autónoma de Madrid (1989-1990) y director del Centro de Biología Molecular (1990-1992). Actualmente es profesor de investigación del Centro de Biología Molecular del CSIC-UAM y, desde 2006, presidente del Consejo de Participación del Parque Nacional de Doñana. Es especialista en genética del desarrollo, concretamente en el estudio de la arquitectura biológica de la mosca Drosophila melanogaster. El estudio genético de esta mosca permite conocer la biología del desarrollo humano y desvelar, en un futuro, información sobre cuestiones celulares de regeneración de órganos.
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