La Portada está fundamentada en dos elementos principales. Por un lado, un fondo de color negro reforzando la idea de ´Año Negro de la Prensa de Almería´, en cuyo conjunto se pueden leer algunas de las muchas circunstancias que ha tenido que sufrir el colectivo en el 2008. Por otro lado, la imagen procura representar la presión que sufren los informadores por parte de diversos sectores, y la precariedad laboral de muchos de los periodistas.
En la fotografía, se representa a un profesional almeriense intentando realizar su trabajo, con los bolsillos sacados simbolizando ruina y las carencias que sufre en su puesto de trabajo. También hay dos hombres de corbata que simbolizan los grupos de presión. Éstos tienen los bolsillos llenos de dinero y, por ello, tiran de los brazos del periodista para manipular a su antojo la información que ha de salir publicada en el medio que ampara al periodista.
* Joaquín Navarro, autor de la portada del `Anuario Crítico de Almería 2009´, trabajó como diseñador y maquetador en el desaparecido `Diario de Almería´, uno de los medios almerienses (junto con `El Director Económico´y `El Mundo Almería´) que cerró durante 2008. Situación que queda reflejada en la página principal de esta publicación.
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Almería también tiene banlieues
Almería no es París, pero en algunas cosas la recuerda. Acababa de terminar el benigno –sólo en lo climatológico- verano de 2008 cuando un suceso vino a alterar la vida en un barrio periférico de Roquetas, las 200 Viviendas. Un barrio duro. Un núcleo de viviendas sociales habitado cada vez por más inmigrantes, donde la mayor abundancia la representa el paro y donde en los últimos tiempos se ha instalado una pugna por el control de la venta de droga. La muerte por un episodio fortuito de un chico senegalés de 28 años, llamado Ousmane Kote, la noche del sábado 6 de septiembre –alguna extraña ley determina que los disturbios callejeros se desencadenen siempre en fin de semana- provocó una revuelta sin precedentes de los morenos.
No es que la reciente historia de la inmigración en la provincia no haya estado salpicada de violentos episodios –no hay más que recordar los vergonzantes acontecimientos de El Ejido en 2001-, pero lo que ocurrió en Roquetas en septiembre, y dos meses más tarde en La Mojonera, tuvo un cariz bien distinto. Esta vez eran los inmigrantes los que estallaban y salían a la calle, emprendiéndola con todo lo que pillaban a su paso. Casas, coches y contenedores quemados, barricadas en las calles, cristales rotos, mobiliario destrozado… Una guerrilla urbana a base de piedras, palos, viejos neumáticos y gasolina. Dos noches de helicópteros sobrevolando los edificios de tres alturas, de haces de luz proyectados desde el cielo sobre un barrio totalmente a oscuras, de decenas de guardias civiles antidisturbios pertrechados tras sus escudos de metacrilato, de sirenas, de gente resguardada en sus casas mirando con miedo y estupor el escenario de la calle, de periodistas entre confusos, temerosos y ávidos de noticia recorriendo en grupo la inhóspita barriada. La Plaza de Andalucía, en el corazón de Las 200, era un rectángulo de territorio comanche flanqueado por edificios tras cuyas ventanas se adivinaba la hostilidad.
Que, además, los protagonistas de la revuelta fueran subsaharianos, tenidos popularmente por gentes pacíficas, sorprendía aún más. Las primeras versiones, descartadas a las pocas horas, hablaban de un enfrentamiento étnico entre senegaleses y gitanos, dado que el presunto autor de las puñaladas mortales –al que todavía tardarían dos semanas en detener- tenía alguna vinculación con personas gitanas. La otra causa que aparecía como desencadenante de la tragedia y la conflictividad era la del tráfico de drogas. A los pocos días, ya el subdelegado del Gobierno, Miguel Corpas, y el alcalde de Roquetas, Gabriel Amat, tenían sobre su mesa la descripción exacta de lo ocurrido: un hecho banal había precipitado un enfrentamiento en el que Kote intentó poner paz y se llevó la peor parte. ¿Cómo explicar una reacción tan desmedida de los subsaharianos? Y ¿hacia quién o hacia qué se dirigía esa violencia? Había que escucharlos dar su versión –algunos bravuconamente, otros con afán de disculpa- durante esas noches de barricadas callejeras para entender cuál era el hondo pozo del que manaba su cólera. Una de las obsesiones de los grupos de exaltados, y de los no tan exaltados, era el tiempo que tardó la ambulancia en atender al moribundo. Pero el mensaje iba más allá de una actuación de los equipos sanitarios que luego se demostró correcta. “Siempre es igual, si es un moreno el que está herido, nadie se preocupa, a nadie le importa”, “No tenemos trabajo, vivimos como animales, muchos metidos en una misma casa porque los alquileres son muy caros”. Son algunas traducciones, más o menos exactas, de las cantinelas que se escuchaban en los bancos de la Plaza de Andalucía, bajo la atenta mirada de la Guardia Civil apostada y entre gritos y sonidos de alarmas.
Lo dijo el director de Almería Acoge, Juan Miralles. “Esto no es un problema de racismo, sino de pobreza y marginación”. Una pobreza y una marginación que la crisis económica no ha venido sino a acentuar de forma extrema. Un barrio ‘de aluvión’, cuyos muchos moradores inmigrantes o viven en España en situación ilegal o, si están regularizados, engrosan las listas del paro, donde la degradación urbana y social crece día a día, y donde, por si fuera poco, florece el tráfico de drogas. Una candidatura clara a la conflictividad.
No se habían terminado de apagar los ecos de lo ocurrido en Roquetas cuando a principios de diciembre, coincidiendo con el puente de La Inmaculada y la Constitución, volvió a prender la mecha. En La Mojonera, un joven malí, también de 28 años, moría apuñalado por un marroquí al que perseguía porque le había intentado robar la cartera. De nuevo grupos de incontrolados salieron a la calle destrozando escaparates de comercios, incendiando contenedores de basuras y vehículos. En este caso, la violencia iba dirigida hacia el colectivo de marroquíes, identificados como ‘enemigos’. En definitiva, “grupos de excluidos contra grupos de excluidos”, en palabras de Juan Miralles. Podía haberse convertido en una auténtica guerra abierta entre colectivos, pero la intervención rápida y decidida de sus propios líderes consiguió apaciguar los ánimos.
En Almería, el riesgo de exclusión social se ha multiplicado por varios enteros a lo largo de 2008, en relación directamente proporcional al incremento del paro. Y uno de los colectivos que peor parte lleva es precisamente el inmigrante, que une ahora a la pérdida de referentes culturales y de identidad y a las condiciones de vida precarias la pérdida del empleo. Más de diez mil personas que llegaron de otros países en busca de una vida mejor están en desempleo, y ese dato sólo se refiere a los inmigrantes regularizados.
Las 200 Viviendas de Roquetas y La Mojonera han sido dos episodios pero son más los barrios y zonas de la provincia de Almería donde el polvorín está instalado. A día de hoy, las razones de fondo que provocaron los disturbios siguen estando igual de vigentes, aunque bien es cierto que la Administración ha anunciado planes especiales para intentar mejorar la situación en barrios considerados ‘calientes’ de Almería. Entre ellos está Las 200 de Roquetas, pero también El Puche y La Fuentecica, en la capital. Barrios que han ido adquiriendo rasgos de ‘gueto’, cuyos habitantes tienen difícil romper la barrera que reduce su destino a esos límites. Ante la falta de futuro, se instala la desesperanza. Como en París, una bomba de relojería siempre en riesgo de estallar.
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