Afirmar que la energía fotovoltaica pasa del invernadero es la mejor imagen gráfica de la relación venidera entre este tipo de energía solar y la agricultura bajo plástico. Todo lo demás son florituras técnicas, excusas de quien no ha podido evitarlo, retórica en abundancia o demagogia, de la que tanto abunda en provincias como la almeriense.
Sin embargo, la conclusión primera para que denote su racionalidad hay que armarla con algunos argumentos. El pasado 23 de noviembre se publicó en el Boletín Oficial del Estado el nuevo Decreto Fotovoltaico, que expresamente deja a los invernaderos y a las balsas de riego de la posibilidad de instalar placas solares con las que producir electricidad. Sencillamente la publicación en el BOE fue la crónica de una muerte anunciada, nada nuevo y sobre lo que no se pudiese haber actuado, ya que a principios de la primavera era ya público y conocido el borrador redactado por el Ministerio de Industria, que excluía al 'modelo Almería' de poder beneficiarse de este tipo de energía, a diferencia de otro tipo de sectores económicos que sí han quedado bien amparados y protegidos por la nueva normativa.
Políticos, medios de comunicación, los denominados expertos, los propios agentes del sector agrícola, ¿hay algún actor que no tenga una pequeña porción de responsabilidad en el hecho de que una vez más la provincia de Almería haya quedado fuera de algo importante?
Hay ya quienes han quitado importancia a que 'la fotovoltaica pase del invernadero' y hablan de la cogeneración (que no es una energía renovable) como la gran panacea. Quizá son las mismas voces que han guardado silencio estos meses atrás cuando era oportuno gritar para que el legislador comprendiese lo vital que era para el campo almeriense incorporar la energía solar. Llegamos tarde, como siempre, o quizá la apatía una vez más ha hecho que los almerienses no hayamos sabido luchar con ahínco por lo nuestro. Ambos rasgos (ir varios pasos por detrás y no dar un golpe en la mesa) son los de un sociedad poco combativa a la hora de reclamar como propio lo que otros territorios sí consiguen para su beneficio y desarrollo.
Evidentemente los políticos provinciales no quieren molestar a los jefes que tienen por encima, pero tampoco la sociedad almeriense sabe pellizcar a sus representantes para obligarlos a actuar. La casa sin barrer. A partir de ahora veremos placas solares sobre los techos de las fábricas de coches o sobre las numerosísimas industrias de toda índole que recorren la geografía española, y estarán produciendo electricidad y con ello generando ingresos complementarios para estas actividades. Sin embargo, las 27.000 hectáreas de plásticos almerienses han quedado fuera porque el Ministerio ha preferido favorecer a unos sectores sobre otros. De hecho, el único sector perjudicado es el de los invernaderos, que sólo es mayoritario en Almería. Una provincia que sigue arrinconada y en la periferia.
Con este Decreto Fotovoltaico se va la mejor oportunidad que tenía el campo almeriense de sobrevivir en el futuro, sin estar pendiente de la competencia creciente de terceros países ni del capricho de los mercados. Los pequeños y medianos agricultores en Almería, que son hoy día mayoría respecto a los grandes empresarios agrícolas, sólo tienen liquidez y capacidad económica para invertir en energía fotovoltaica. La prima anterior (defenestrada por la nueva ley) estaba en 0,29 euros por kW/hora vertido a la red eléctrica. Así, por ejemplo, si una hectárea de invernadero hubiese instalado en un 10% de su techo placas fotovoltaicas, el agricultor habría gastado unos 140.000 euros que serían amortizables en unos 6 ó 7 años. A partir de ahí obtendría ingresos, que le permitirían sobrevivir a posibles crisis de precios agrícolas (concepto de renta complementaria) y no abandonar nunca su invernadero, ya que su finca sería tanto productora de frutas y hortalizas como de electricidad.
Pero todo lo anterior ya no será posible porque no se ha luchado lo suficiente para evitar la discriminación con la que el Ministerio de Industria ha marginado a los invernaderos. Ahora el horizonte que se abre es incierto, aunque se habla mucho de cogeneración, que es el sistema de eficiencia energética usado en los invernaderos de cristal holandeses.
Sin embargo, la cogeneración es muy cara. Sólo está al alcance de los grandes empresarios almerienses y no del pequeño y mediano agricultor. El sistema de cogeneración más sencillo (producción de calor y electricidad) tiene un coste medio de 1,2 millones de euros; mientras que la cogeneración con enriquecimiento carbónico asciende a 1,5 millones de euros/ha. y la trigeneración (producción de frío y calor) supone una inversión de 1,8 millones. Y habría que recordar que la cogeneración no es una energía limpia, ya que quema un combustible fósil como el gas natural. Esto hace que sea aún más incomprensible que no se le permita al campo almeriense incorporar energía limpia, como la solar fotovoltaica, mientras que por otro lado el discurso oficial insiste “erre que erre” en la necesidad de llevar las energías alternativas al 'modelo Almería'. Una contradicción más.
Así que el panorama que queda es el siguiente. Llegará la cogeneración a cuenta gotas, de ella se beneficiarán sólo unos pocos empresarios (que serán más hombres de traje y corbata que agricultores de verdad) que lograrán grandes ingresos. Crecerán las desigualdades en el seno del propio sector. Habrá diferentes velocidades y vagones. A la cabeza los grandes inversores (próximos al concepto latifundista) y a la cola los pequeños y mediados agricultores. Estos terminarán desapareciendo ante el empuje de los primeros, el modelo familiar quedará finiquitado y la agricultura almeriense terminará asemejándose a la sevillana. Pero a la que había hace más de un siglo.