Domingo 22 Diciembre 2024

Reseña Portada



Índice de esta sección

Apuntes sobre el discurso político-electoral


  

Antonio M. Bañón Hernández


Ética y servidumbre del periodista


  

Miguel Ángel Blanco Martín


Gabinetes versus periodistas


  

María José López Díaz


Decálogo para el buen gabinete de comunicación


  

Ana Almansa


No hay nada nuevo bajo el sol


  

Fina Martín


Periodismo por amor al arte


  

Ignacio Escolar


`Colgados´ en la web


  

R.A.


Un momento decisivo


  

Manuel Ángel Vázquez Médel


Los gráficos también se agrupan


  

Rocío Soria Kowarik


Envejecimiento activo, un reto para la comunicación


  

María del Mar Carrillo


Fotogramas de Palomares


  

Antonio Sánchez Picón y Jose Herrera Plaza


Del conflicto a la negociación


  

María del Mar Blanco


Perfil de Miguel Ángel Blanco


  

Ana Torregrosa Carmona




Artículos de este autor

Proceso de ruptura pactado


2009 | Urbanismo y medio ambiente



Gunter Kunkel, hasta el final


2008 | Almería en Positivo



Ética y servidumbre del periodista


2007 | Comunicación



El año fotográfico de Manuel Falces


2007 | Cultura



El sistema, contra los periodistas


2011 | Comunicación y Opinión



Ética y servidumbre del periodista


El periodismo es un negocio y el periodista tiene que elegir entre ser cómplice, víctima o crítico. Ayer y hoy. En realidad siempre lo ha sido. Lo que pasa, es que hay negocios y negocios. Las empresas periodísticas ejercen sus modelos, los impulsan con sus intereses e imponen sus objetivos como la esencia de la realidad informativa. La empresa, con sus intereses, entre los beneficios y la parcela de poder. Y en medio de todo, el periodista, con su conciencia y su servidumbre. Todos los periodistas tenemos nuestras servidumbres en mayor o menor grado. La diferencia es que ahora se trata de un negocio empresarial como otro cualquiera. Y el periodista queda reducido a un personaje idealizado o una marioneta, pero bajo control. Sólo ante el peligro, que supone descubrir las claves de la realidad. Y eso, siempre que no se ponga en peligro el negocio. 

Las nuevas tecnologías han provocado la aparición de nuevos comportamientos, de nuevas actitudes a la hora de establecer análisis que permitan descifrar la realidad y explicar el porqué de los hechos. También ha provocado la aparición de nuevos intereses en las empresas periodísticas, privadas y públicas (los medios públicos requieren de todas formas un análisis pormenorizado al margen de las privadas). Y Almería no es diferente a esta gran metamorfosis que pone en evidencia la imagen de la información. El negocio se ha diversificado (empresas multimedia), hacia diversos sectores, no sólo el estrictamente periodístico (hay empresas periodísticas con intereses en el sector inmobiliario). Los intereses son plurales. Así que aquí está un gran dilema: la información como negocio frente a la información como conocimiento de la realidad. Pueden convivir, con mejor o peor fortuna, pero la primera vigila a la segunda. Si en algún momento se pone en riesgo el primer concepto, está claro que el segundo será sacrificado sin contemplaciones. No es casual que temáticas informativas incómodas sean relegadas cada vez más a un segundo plano y sustituidas por otras menos conflictivas. En estas circunstancias, el periodista permanece, individual o en grupo, con el compromiso de su conciencia en solitario. 

El gran interrogante es buscar respuestas a los entresijos de la conciencia del empresario, de los cargos directivos de la empresa periodística. Como más de un estudioso del periodismo ha advertido (Martínez Albertos), “el periodismo ha muerto”, aunque más bien habría que señalar a una forma de entender el periodismo, curiosamente la más peligrosa para el sistema establecido. El periodismo vive en una agonía permanente. El periodista se ha convertido en demasiados casos en un técnico anónimo ante un ordenador, ajeno a la realidad de la calle y a lo que transmite la mirada de cada ciudadano. Así que definitivamente, el periodismo es un negocio: plural, diversificado, ha entrado en Bolsa y valora sus éxitos y fracasos, no en función de contenidos, sino del resultado de pérdidas y ganancias al final de cada ejercicio. Ahora la figura clave ya no es el director sino el empresario y su representante, el consejero-delegado. La figura del redactor-jefe, clave en un modelo de periodismo en vías de extinción, se ha ido desdibujando. Es más, la empresa considera que el director no tiene que ser necesariamente periodista. Lo que necesita es un ejecutivo relaciones públicas (‘un hombre de traje gris’). El director ya no tiene el control. En resumen, con la configuración de multinacional, casi en el monopolio, con su gran poder sobre la información que construye artificialmente, la metamorfosis lleva a las empresas al nacimiento de grandes monstruos devoradores de periodistas, hasta su anulación casi total. No se trata sólo de lo que se dice, cómo se dice, sino también lo que se calla, lo que se oculta, lo que se silencia. 

En esta selva de la información, ante esta valoración de acontecimientos y protagonistas, hay quien está dispuesto a salvarse a cualquier precio y ser cómplice del sistema; y quien se instala en el terreno de la disidencia y hace de la resistencia con sus convicciones personales su principal seña de identidad periodística.

Por ejemplo, hay casos singulares, más que anécdotas, en nuestra historia del periodismo almeriense, realidades que condicionan la independencia periodística. Por un lado, la información del mundo taurino con los tradicionales ‘sobres’ que recibía (¿o todavía recibe?) el crítico de turno que se prestaba a ello, horas antes de cada corrida. Periodistas que aumentaban sus escasos ingresos mensuales, haciendo también publicidad para llevarse la comisión correspondiente, a pesar de que una regla ética del periodismo es la incompatibilidad de la profesión con el ejercicio de la publicidad. Hay otras situaciones singulares, de ayer o de hoy: casos en que el corresponsal en un pueblo es la mujer del alcalde o el responsable de prensa del ayuntamiento. Un caso más flagrante es el del representante de un periódico que montó una empresa periodística de comunicación, ofreció sus servicios a los ayuntamientos y partidos políticos y no tuvo reparos en publicar, como informaciones, textos publicitarios encubiertos por lo que había cobrado (en este caso, la dirección de la empresa periodística puso solución a estos desmanes con el cese, degradación y traslado del periodista). En campañas electorales, periodistas compartiendo su trabajo en un medio con el asesoramiento en oficinas electorales de algún partido. Periodistas que realizan entrevistas, pagadas, a candidatos, que se publican como información sin más. La panorámica actual ha abierto ampliamente el campo de las agencias de comunicación. Aquí se dan situaciones insólitas: el autor de las crónicas deportivas de los partidos de un equipo de fútbol, en un diario, es el responsable del gabinete de prensa del club. También se ha dado el caso de periodista deportivo que recibía una cantidad mensual de una institución patrocinadora de un club (no de fútbol), como incentivo. Dos grandes acontecimientos deportivos en Almería, campeonatos internacionales de voleibol o los Juegos del Mediterráneo, supusieron la oportunidad a numerosos periodistas para ingresos extraordinarios. Y así, ejemplos y ejemplos. Y todo esto en Almería es, en cierto modo, ridículo para los grandes espacios inmorales que los nuevos tiempos de la información ha consolidado, con hechos sobradamente de mayor dimensión en el llamado ‘periodismo basura’.

Ayer como hoy, el periodismo permanece en un laberinto de difícil configuración. Siempre sometido a la presión del poder (económico, social, político, etc.). Los grandes cambios que ha experimentado este complejo mundo de la información son notorios. En todos los órdenes: televisión, prensa escrita, radio. Y todo ese complejo mundo de medios para difundir la alimentación informativa que genera la sociedad: en la calle, desde la publicidad, la propaganda, imágenes que están presentes en multitud de lugares de la vida cotidiana, en el cine, en el teatro, en la literatura, en la música, en la moda... Todo se cierne de una manera directa sobre los consumidores anónimos, colectivos  individuales, de la calle, de los pueblos, de las ciudades. Al Norte y al Sur. Y en medio de esta desorientación y de este desconcierto: periodistas de toda clase y condición, haciendo juegos malabares para sobrevivir en el puesto de trabajo precario y poniendo sombras a la dignidad personal. En muchos casos por la precariedad en el empleo, un hecho que aparece consustancial con la profesión, en general; aunque hay periodistas que comparezcan en el territorio del poder económico, perfectamente integrados en el sistema y partícipes voluntarios en esta realidad inmoral. 

Frente a las servidumbres, queda la conciencia personal, las reglas de una ética que sitúe el compromiso y la conciencia del informador al margen de los prejuicios y de los intereses del negocio empresarial. Las empresas, con su negocio, establecen un equilibrio difícil con la credibilidad, algo que le es muy necesario para que el negocio funcione. La información se banaliza, con el pretexto de que es lo que le interesa al público, un público que, salvo excepciones, está hipnotizado, está siendo idiotizado poco a poco desde el consumismo más feroz. Y en esta masacre social, las televisiones privadas son los principales verdugos. Y en esta realidad virtual, donde el mundo que existe es el contemplado a través de Internet, en líneas generales, el periodista se convierte en rehén de la mediocridad imperante.

Siempre hay servidumbres, siempre las hubo y seguramente las seguirá habiendo. A veces, en el terreno de la picaresca; otras, en el terreno de la corrupción más flagrante; en ocasiones, forzando las situaciones para dejarse querer, servidumbres casi inevitables. Ayer como hoy, hay periodistas que sobreviven con sus grandes o pequeñas servidumbres. Y hay  periodistas, condenados al silencio.


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Este artículo fue publicado originalmente en el Anuario Crítico de Almería 2007, en la sección Comunicación


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