A día de hoy desconocemos si Francisco había pensado en el homicidio mientras tomaba un café, si planificaba el asesinato mientras conducía su camión o meditaba sobre el feminicidio sentado en un banco. El maltratador estaba ahí pero nadie le vio venir. No hubo denuncias ni medidas de protección, ni gritos escuchados, ni maquillaje sobre los cardenales, o tal vez nadie quiso ni escuchar ni ver. A Francisco le dimos los elementos para reforzarse en su idea y el resultado fue que María se convirtió en la primera víctima de violencia machista de 2009 en Almería a la que le siguieron otras ocho mujeres hasta el final de 2010 y a las que se les adelantó un hombre en Adra, pues a fin de cuentas a Manuel le mató su ‘marido’, si los académicos me permiten el uso del término.
Las mismas armas y una escopeta son las que empleó Cándido poco después de su ruptura sentimental cuando disparó hasta cinco veces a Isabel antes de que ésta consiguiera llegar al taller de costura donde trabajaba para pedir auxilio.
Repulsa, dolor y condena repitieron las voces políticas que animaron a los ciudadanos a denunciar los ataques, una tarea más que complicada cuando estos no se llegan ni a visualizar, o al menos así lo manifestó uno de los hijos del agresor de Vélez Rubio, quien en los actos de protesta declaró ante los micrófonos que la pareja se había llevado bien y que la separación fue amistosa.
Antonio, con 80 años, lo planificó todo en el más absoluto secreto antes de ejecutar a Herminia, su mujer de 72 años con depresión, y a su hermano, aquejado de Alzheimer. Llamó a su hijo momentos antes del doble crimen y le advirtió de que se iba a quitar la vida. “No era ningún maltratador ni un demente, se le había complicado la vida”, dijo el alcalde, quien reconoció desconocer la situación que atravesaba la familia en la que ella hacía las veces de cuidadora de su cuñado y cobraba una ayuda a la Dependencia.
La invisibilidad no dejó espacio a la prevención y Almería se convirtió así, junto con Málaga, en la provincia de más prevalencia de violencia de género en la región andaluza, con 10,9 mujeres asesinadas por cada millón de mujeres mayores de 14 años, y a su vez, en la segunda en todo el territorio español, según el informe del Centro Reina Sofía sobre mujeres asesinadas por su pareja en España a lo largo del año 2009.
Cinco mujeres más asesinadas y la vuelta a niveles estadísticos de 2006 se dieron al año siguiente, en la que además también perdió la vida un niño de cuatro años a manos de Cristóbal en lo que una voz institucional calificó de “un tema muy delicado” sin dar más explicaciones a ciertos compañeros de la prensa. Los dirigentes políticos rechazaron de nuevo el ruin atentado y llegaron incluso a pedir leyes mejores y eficaces, pero nada se habló de concienciación y se soslayó la prevención. Sin denuncias previas, sin pistas aparentes, ante una omertá machista, extendida y en ascenso, las miradas se posaron en el dolor del funeral de Mercedes y el silencio mediático se instaló en la habitación del hospital en la que el homicida fue atendido por romperse el brazo.
¿Lo había planeado? ¿Mercedes había sospechado algo alguna vez? ¿Temía por la vida de sus hijos y la suya propia? Y si es así, ¿por qué no dio la voz de alamar? ¿Por qué nadie intuyó las intenciones de Cristóbal?, ¿es que no hubo ningún indicio?
Meses antes, Javier y Juan dejaron pistas antes de poner fin a las vidas de Marjorie y Carmen, ya que ambos escribieron una carta en la que uno apelaba a los celos y el otro se justificaba en problemas económicos, pero éstas solo sirvieron para señalarlos directamente como verdugos y no para evitar los feminicidios, resultados de frustraciones y desconfianzas que conforman los problemas ajenos de los que se dice “no es cosa nuestra” y que alimentan esta particular y misógina ‘Cosa Nostra’.
El silencio machista se extendió con la muerte de Damiana en Roquetas de Mar, a quien su ex pareja con antecedentes penales por violencia de género golpeó, y con la de Elvira, quien entre las llamas de su casa de El Ejido pereció después de que decidiera dar otra oportunidad a su agresor y retirara la denuncia que había planteado. La afonía y el tartamudeo periodístico también lo vivimos, sin avisos del 112 en el caso de la guineana y con continuas confusiones sobre el paradero y destino del asesino ejidense, sobre el que cayó el tupido manto de la oficialidad informativa una vez se postró ante el juez.
Ellas callaron por miedo, el resto no atisbó la llamada de socorro y entre todos se formó al mejor cómplice del agresor, y una vez consumado el atentado, la mordaza permaneció sobre el maltratador en el discurso mediático. De ellas lo sabemos casi todo y de ellos prácticamente nada. Pese a todo, pese a que en 2010 murieron 71 mujeres a manos de sus parejas, el número de denuncias aumentó un diez por ciento con respecto al año anterior. Sus palabras, las nuestras, nuestros oídos y ojos son vitales para poner al descubierto y liquidar esta mafia.