Frente al ordenador.
Así es como nos encontramos a diario los profesionales de medios de comunicación. Tenemos que escribir para locutar, subir a la web o llevar a imprenta aquello que los espectadores o lectores encontrarán en televisión, radio, periódicos e Internet.
Un proceso que, cada vez, es menos sencillo. Durante ese período de tiempo se reciben llamadas, visitas a la mesa de personas de ‘rango’ superior que tratan intervenir en nuestro trabajo, etc. El periodista quisiera, entonces, encontrarse en una burbuja, mantenerse aislado y no sufrir interferencias que mermen la finalidad y objetivo que se persigue: informar, y bien.
Aunque encontremos esos factores externos que tratan de interponerse entre el profesional y su ordenador, debemos obviarlos, espantarlos como si de una mosca que no para de molestar se tratase y continuar con nuestro cometido. Volver al origen de este trabajo y reducir todo aquello que disminuya la fuerza del mensaje entre el emisor y el receptor.
Escribir, leer, volver a escribir, releer y dar por concluido nuestro texto cuando sólo nosotros estemos seguros de ello, con responsabilidad y profesionalidad. De eso sólo sabemos los periodistas.
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2011 | Sociedad y Cultura
El juez que puso la cara a la justicia
Después de seis años al frente de la Audiencia Provincial de Almería y casi treinta como magistrado en la provincia, no hay quien ponga en duda que Benito Gálvez Acosta le ha puesto cara y presencia a la Justicia ante la sociedad almeriense. Nadie antes dentro de la magistratura había buscado tanto el contacto institucional con otros estamentos –llámese administraciones, entidades empresariales, partidos, asociaciones o cualquier colectivo con representatividad en Almería como este cordobés de nacimiento, sevillano de crianza y almeriense de corazón, que desde hace ya va para dos años sigue mirando a Andalucía desde su prestigiosa posición de magistrado de la Sala Quinta –de Lo Militar- del Tribunal Supremo. A Benito Gálvez le pasó como a muchos otros foráneos que un buen día llegaron a Almería con un traslado bajo el brazo y las inquietudes de quienes están recién en los albores de su carrera profesional: que vinieron con incertidumbre –algunos, no es su caso, con recelo- y se marcharon con tristeza después de haber pasado aquí mucho más tiempo del que inicialmente pensaron, enganchados a una tierra que acabaron sintiendo como propia. Tanto es así, que, aun desarrollando su trabajo en Madrid, continúa manteniendo su residencia familiar en Almería y aquí regresa los fines de semana y los periodos de vacaciones que no pasa en su Córdoba natal. En realidad, no se ha ido del todo. Le gusta a Gálvez rememorar que llegó a la capital almeriense un buen 9 de mayo de muy principios de la década de los 80, con su mujer, Mari Ángeles, y que lo que pensaba iba a ser un relativamente c ó m o d o viaje de tres o cuatro horas en coche desde Córdoba, se acabó convirtiendo en un periplo de casi un día entero que culminó en una Almería anocheciendo, con más sombras que luces. Esa primera impresión un tanto descorazonadora se transformó radicalmente al día siguiente con el estallido de luminosidad de la soleada ciudad frente al mar. Venía entonces el joven magistrado de curtirse como juez de instrucción en Posadas, Andújar, Cazalla, Jerez y Palencia. Almería era su siguiente destino y la Magistratura de Trabajo (después convertida en Juzgado de lo Social) su cometido. Quince años pasó Benito Gálvez resolviendo pleitos laborales, conflictos entre empresas y trabajadores y, mirando de cerca, al tiempo, las peculiaridades de la economía y la sociedad en la que ya se sentía como en casa. Al arduo trabajo de catorce años en esa jurisdicción, que coincidió en algunos momentos con periodos de intensas crisis y de conflictos colectivos, le siguieron otros quince como magistrado en la Audiencia Provincial, de ellos, los últimos seis como presidente. Es durante este último periodo en el que la inconfundible figura –perfil recto, cuidada cabellera, sempiterno bigote- del juez más se ha dejado ver en los acontecimientos de la vida almeriense. Allá donde era invitado, fuera conveniente y pudiera asistir, estaba Benito Gálvez, movido por la convicción de que era una parte de su tarea institucional transmitir proximidad y cercanía de la Justicia, así en mayúsculas. Eso lo ha convertido en uno de los jueces más conocidos de cuantos han ejercido en la provincia y, seguramente, en uno de los que mayor y mejor agenda tiene. Al tiempo, Benito Gálvez ha manejado con habilidad el propósito de llaneza con la distancia que requería cada ocasión. “Hay que estar en cada momento en la [distancia] adecuada”, es una de sus máximas y, así, ha podido conjugar el cultivo de las relaciones estrictamente institucionales, de la amistad cuando ha existido –está considerado un gran amigo por sus muchos amigos– y, al mismo tiempo, la dignidad del cargo como máxima autoridad que ha sido de la Justicia en Almería. Profundamente atraído por lo militar, su nombramiento para el Tribunal Supremo precisamente en la Sala Quinta ha representado un broche dorado para su carrera, la que él eligió para su emular a su abuelo, juez de instrucción que ejerció en tiempos en Almería y del que heredó su siempre clara vocación. Como la mesura, el sosiego y el equilibrio, a los que siempre echa mano para guiarse.
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Palabras clave de este artículo: Benito Galvez | Audiencia provincial | justicia | juez
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