Los agentes gritaban ¡Evacuación inmediata! y los vecinos de Mojácar veían cómo el fuego avanzaba con paso firme hacia sus casas, era la tarde del 24 de julio de 2009 y por segunda vez en diez días Sierra Cabrera ardía. Se vivieron momentos trágicos, de desesperación e incertidumbre, previos al desalojo completo del municipio que se realizó entre sirenas de ambulancias, vehículos policiales y el rugir de los helicópteros, un auténtico caos entre el que tuvieron que hacer las maletas y abandonar sus viviendas entre lágrimas.
7.251,9 hectáreas de matorral y pinar calcinadas, 3.000 personas evacuadas o 300 profesionales del plan INFOCA trabajando para controlar las llamas, junto con unidades especiales (Unidad de Meteorología y Transmisiones, Unidad de Análisis y Seguimiento de Incendios Forestales), maquinaria pesada, vehículos autobomba, y 17 aeronaves, son algunas de las cifras de la tragedia que asoló este espacio catalogado como Lugar de Interés Comunitario y ZEPA, por ser una de las zonas de mayor diversidad y riqueza ambiental de la provincia.
Y junto a la palabra tragedia se me viene a la cabeza otra mucho más amable, milagro, sí milagro, porque Mojácar resistió cual reina mora el envite de las llamas y a pesar de las dimensiones que alcanzó el incendio nadie resultó herido. En esta historia también hay pequeños-grandes héroes, aquellos que trabajaron sin descanso día y noche y a los que debemos un profundo agradecimiento y todo el respeto del mundo: en primer lugar a todos los integrantes del Plan Infoca y junto a ellos al personal de la Unidad Militar de Emergencias (UME), al grupo de Emergencias de Andalucía (GREA), a los bomberos locales, la Policía Autonómica, la Local, la Guardia Civil, Protección Civil o Cruz Roja, a todos ellos que en algunos momentos llegaron a ser 600 gracias.
Sierra Cabrera se ha convertido en los últimos años en la zona más caliente de Almería y hoy por hoy es uno de los enclaves de la provincia con un mayor riesgo meteorológico de sufrir incendios forestales, lo que se traduce en un buen número de conatos que se repiten, cual estribillo de canción, cada verano y que en ocasiones, como la que nos ocupa, llegan a convertirse en los peores siniestros forestales de la provincia.
En los últimos diez años se han registrado cuatro grandes fuegos en estas tierras, en los que las llamas han convertido en ceniza centenares de hectáreas y dos de ellos son estos ocurridos en julio de 2009.
El primero de los focos tuvo lugar el día 14 en el Cerro de la Mezquita, al parecer el culpable fue un rayo que prendió en el suelo y debido a las condiciones meteorológicas adversas, con temperaturas altísimas y al fuerte viento que soplaba en la zona tuvo una rápida evolución. Además las labores de extinción resultaron muy complicadas, debido a la dificultad orográfica del terreno situado en el municipio de Turre, donde algunos vecinos de cortijos tuvieron que ser evacuados.
Y cuando no se habían recuperado todavía del susto, nueve días después, la historia se repetía en el paraje del Cerro del Ojerico, cuando, al igual que la primera vez, las condiciones atmosféricas fueron adversas, su avance hasta el núcleo urbano de Mojácar puso en jaque a la población, que se refugió en la playa o en municipios cercanos, en los que la Cruz Roja y el Servicio de Emergencias de la Junta de Andalucía improvisaron campamentos provisionales, ante una situación sin precedentes, la evacuación de un pueblo al completo.
El fuego alcanzó al menos una treintena de viviendas en la zona de La Alcantarilla, el campo de fútbol, el cementerio, el tanatorio, el colegio público del pueblo y buena parte de los cortijos de los alrededores. Ante ese panorama, el Infoca declaró el nivel 2 de emergencias y solicitó la incorporación de personal de la Unidad Militar de Emergencias, que permaneció en Mojácar hasta que el fuego quedó controlado y los vecinos volvieron a sus casas.
En cuanto al origen de las llamas no se conoce, parece que fueron rescoldos del primer incendio que permanecieron en el subsuelo y prendieron días después por las altas temperaturas y la baja humedad relativa, sólo se ha podido constatar que no fueron causa de una negligencia o una acción intencionada.
Así, vecinos y turistas, que se encontraban disfrutando de uno de los enclaves más conocidos de la provincia, vivieron unas jornadas dramáticas, donde el agua de las mangueras reemplazó a la del Mediterráneo y sin duda no olvidarán las horas de angustia vividas, aunque tras el caos vino la calma y todo volvió a la normalidad.
Sin duda desastres ecológicos como éste nos hacen reflexionar sobre la fragilidad, por una parte y la virulencia por otra, de la que la Naturaleza puede hacer gala simultáneamente.